Mi hijo es un desastre

«¡Mi hijo es un desastre!«. Alguna que otra vez nos ha llamado un cliente a la correduría y nos ha soltado esta frase a bocajarro. Cabreado, malhumorado. Que acaba de comenzar el curso y su hijo ya ha roto el pantalón del uniforme, que se le han caído las gafas al suelo mientras jugaba a la salida de clase, que ha perdido la cartera en la villavesa, que se ha hecho un esguince jugando al pilla-pilla en el patio del colegio, que se le ha caído la tablet y se ha rajado la pantalla…
—No me digas que también has perdido el móvil.
—No lo encuentro.
—Por Dios, Iker, ¿dónde tienes la cabeza?
—No lo sé, aita.
Nos imaginamos al padre cerrando los puños, resoplando por la nariz, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no mandar a freír espárragos a la criatura y devolverlo con un lacito.
Tranquilo, tranquila. Lasai, que decimos por aquí. Tenemos dos buenas noticias. La primera: tu hijo no es un desastre. Todos los padres y todas las madres han pasado por esto. Nosotras también hemos tenido que ir a encargar otro pantalón a El Corte Inglés. Tercera planta. La segunda: algunas de estas situaciones las soluciona un seguro escolar.
Decimos algunas porque varias de las que has leído son consultas reales. Pero no todas están cubiertas. Por este motivo, ahora que empieza el curso, nos gustaría aclarar la letra pequeña del seguro escolar privado. Y si te has fijado, antes hemos dicho «seguro escolar» y ahora «seguro escolar privado«. Porque hay matices.
La letra pequeña del seguro escolar (privado)
Primero lo primero: el seguro escolar obligatorio, ese que gestiona la Seguridad Social y que algunos centros públicos o concertados incluyen automáticamente, solo cubre accidentes dentro del horario lectivo y poco más. ¿Te paga el pantalón roto? No. ¿La tablet estrellada contra el suelo? Tampoco. ¿El móvil perdido en el recreo? Ni soñarlo. Sirve para lo gordo: fracturas, hospitalizaciones…
Ahora bien, el seguro escolar privado (el que contratan algunos centros por su cuenta o tú directamente como madre o padre) es otra historia. Aquí es donde entra la letra pequeña. Esa que nadie se lee hasta que Iker se tuerce el tobillo, rompe el uniforme y llega sin mochila el mismo día.
¿Qué suele cubrir un seguro escolar privado?
– Accidentes dentro y fuera del colegio. Si se hace daño en el patio, en clase de kárate o en el parque, puede estar cubierto.
– Gastos médicos: urgencias, radiografías, puntos, escayolas.. Lo que toque.
– Indemnizaciones por lesiones: si hay fractura o una lesión importante, puede haber compensación económica.
– Atención psicológica en casos de acoso.
– Responsabilidad civil: si tu hijo rompe las gafas de otro niño o causa un daño, la póliza puede cubrirlo.
¿Y qué no cubre?
– Ropa: el pantalón del uniforme lo sigues pagando tú. Otraaaa vez a El Corte Inglés.
– Objetos personales: tablet, móvil, gafas, cartera… Ni están ni se les espera. ¡Ojo! Aquí entran los seguros que pueden haber sido contratados aparte, como el seguro del móvil (si lo contrataste con la operadora), el seguro del hogar (algunas pólizas cubren robos fuera de casa), o el seguro específico del dispositivo. Pero el seguro escolar, por sí solo, no responde por ellos. En el caso de la rotura de las gafas, el seguro podría hacerse cargo en algunas ocasiones.
– Despistes varios: si tu hijo pierde cosas o se deja las llaves en no-se-dónde, tampoco.
En resumen: el seguro escolar privado no es mágico, pero sí es muy útil. No evitará que Iker se tropiece con sus propios cordones ni que convierta el móvil en un objeto desaparecido en combate, pero al menos no tendrás que pagar de tu bolsillo cada vez que algo se tuerce.
Así que si tienes un hijo que es “un desastre” (como todos los hijos en algún momento), igual es el momento de plantearte uno. El seguro, no el cambio de hijo. Nosotras, como madre y tía de Javier, nos hace rabiar pero también le queremos a rabiar.